5 de marzo de 2012

La Vida es una Lata

Rafael había perdido toda ilusión e interés en la vida. No esperaba que nada nuevo fuese a sorprenderle, y mucho menos que la sorpresa fuera agradable. El ambiente incómodo en su hogar; su matrimonio descompuesto y sin opción de poder abandonar el apartamento por la escasez económica; el paro, que parecía el contrato más extenso que hasta ahora había tenido; la mala vida… Esa era su escapatoria a ese ambiente de constante depresión y frustración… La mala vida…

Una noche más, Rafael yacía sobre el mugriento sofá con la mesita que se ubicaba frente a sus ojos, repleta de latas de cerveza arrugadas. Las latas describían formas sublimes, posiblemente de la presión que nuestro querido Rafael había ejercido sobre ellas. Había logrado componer esferas a partir de esos cilindros rígidos, figuras semejantes a pajaritas de papiroflexia… Toda una exposición de arte abstracto que se extendía por la superficie rectangular de la mesa.

Mientras Rafael permanecía inmerso en su ingesta alcohólica y creación accidental de arte moderno, su mujer, a la que algún día llegó a querer, le insultaba desde la cocina. “¡Vago! ¡Borracho!” Gritaba desde la otra punta de los tan reducidos treinta metros cuadrados de vivienda. Ella gritaba, Rafael, observaba con tristeza el escaso trago que le quedaba en la lata que giraba con un movimiento de muñeca. Se imaginó meterse dentro, bañarse en el refrescante y espumoso líquido. A medida que se acercaba el pequeño orificio a sus ojos, más posible le parecía atravesarlo. Extendió sus dedos sobre el agujero y comenzó a introducirlos en su interior. Una sonrisa se dibujaba en su rostro al ver el éxito de su hazaña. De hilo musical, los gritos de su señora, que parecían disiparse en el viciado ambiente. Cuando quiso darse cuenta, tan sólo le quedaba meter una pierna y la mano con la que se sujetaba al borde del agujero.

Una vez dentro, cayó de bruces contra el líquido que apenas le llegaba a los tobillos. Entre risotadas y chapoteos, comenzó a lanzar hacia lo alto la espuma y a sentir como caía, tan tibia, sobre su rostro. Rafael bebió de ese paraíso de placer, hasta que el líquido y la euforia llegaron a su fin. Cuando alzó la vista, vislumbró en la lejanía la luz de la salita, que se filtraba a través del orificio de la lata.

Intentó ascender hasta él… Pero era inútil, cuantas más ganas ponía en su escapatoria, más veces caía sobre la base del recipiente.

Tras varias horas intentándolo en vano, Rafael se sentó apoyando la espalda en la curvada pared, y mirando hacia la luz con nostalgia… Una lágrima se resbaló por su rostro.

1 comentario:

Alessandra dijo...

Tantas veces nos sentimos así...